Ajedrez y una experiencia inolvidable
Un viernes de
abril nublado y bastante frío, llegue a mi colegio después de haber pasado a la
biblioteca de la ciudad. El ambiente estaba algo melancólico, quizá por el
clima tan frío que hacía desde hace varios años por el inicio de un
calentamiento global masivo. Me dirigí al gimnasio para acudir a mi clase de
deporte de las tres de la tarde, hacia mucho que no salíamos a jugar al aire
libre por el frío, lluvia o el extremoso calor a capricho de la naturaleza sin
importar la época del año. A pesar de todo, había días bastante divertidos pero
ese viernes tenía algo fuera de lo común.
Mi mejor
amiga me había avisado que no iba a llegar temprano así que yo estaría sola las
primeras clases. Saliendo del gimnasio encontré el Club de Ajedrez: había tres
o cuatro mesas largas con bastantes tableros de ajedrez; en una de ellas vi a
un amigo del semestre pasado que había conocido jugando aquel juego cruel pero
bastante divertido, él me enseñaba técnicas de juego dado que yo no era muy
buena. Me quede observando su juego con alto grado de suspenso hasta que un
chico algo pálido, de ojos cafés y algo fachoso en el vestir se dirigió a mi
diciéndome: “¿quieres jugar chica?” Asentí con la cabeza y algo nerviosa empecé
a reacomodar las piezas de un tablero que estaba disponible.
Mi amigo me decía
con la mirada: tú puedes, sé que has mejorado. Lo cierto es que hacia algunos
meses no jugaba y mi mirada no mentía: estaba nerviosa por el juego y por la
ligera atracción que me causó el acercamiento repentino de aquel hombre, del
que jamás supe su nombre. Tomo mi mano a manera de saludo y sentí un mareo un
poco raro, cerré los ojos un par de segundos y cuando mis pestañas negras se
separaron vislumbre un bosque y a lo lejos un castillo blanco como la nieve,
retrocedí del susto y me topé con un hermoso caballo negro. No tenía idea de lo
que había pasado. Me volví y me di cuenta que tenía un ejército de vestiduras
negras como el castillo tras de mí. Pregunte que sucedía y aquel caballero
montado me explico y todo tuvo sentido para mí: era un juego de ajedrez.
Teníamos que defender el castillo en el que habitaba el Rey de las piezas
negras, la amenaza blanca empezaba a avanzar con peones. Si bien estaba
asustada, no iba a dejar que me intimidara ni me llegaran a herir. Tome mi
lugar en la batalla cerca de un alfil puesto que yo era la Reina de las negras.
Era una tarde oscura en un bosque espeso, una tarde mágica y cruel que nunca
pensé que viviría.
Me tarde un poco en avanzar, seguía un tanto aturdida por la
sorpresa de estar viviendo un juego de ajedrez en carne y hueso, mis manos
temblaban del miedo. Pero ese miedo me mantuvo con adrenalina suficiente para
evitar morir, morir literalmente o morir de miedo.
Decidí
avanzar un peón para liberar el poder de la torre de mi izquierda y que pudiera
atacar la reina blanca. A lo lejos vi avanzar un caballo blanco con aquel chico
que me había retado al juego. Me di cuenta de que era él reconociendo sus ojos
que habían encantado mis sentidos. Por un momento pensé: ¡oh no! Yo no quería
derrotarlo, yo quería pasar un rato disfrutando de su compañía… pero esto no
parecía un simple juego, podía ver como se asesinaban en el ejército sin
miramientos. Aun así, no quería destruirlo así que centre mi ataque en su reina
y dos alfiles que se acercaban a mi caballo amenazadoramente. Las blancas
atacaron uno de mis alfiles dejándolo fuera de juego y completamente herido. El
instinto vengativo salió de mí y destruí la torre que atacó mi alfil. Una de
mis torres me apoyaba para avanzar hacia su Rey y destruirlo e intentar ganar
el juego sin más sangre. Sin embargo, aquel hombre con el poder del caballo me
impidió avanzar más y para distraerme intimidaba con su reina a varios de mis
peones que defendían una de mis torres, amenace a su reina con destruirla
cambiando mi alfil de lugar, ella retrocedió.
Me distraje
un poco del juego dándome cuenta que ese bosque no podía existir en estos
tiempos, todos los bellos paisajes de la naturaleza los habíamos destruido y la
Madre Natura se vengaba poco a poco haciéndonos sufrir con temperaturas
extremosas; una venganza igual al ajedrez, era una guerra contra nosotros.
Disfrute unos segundos de ese bosque tan perfecto, una tarde
extraordinariamente mágica y fiera. Seguimos atacando, destruyéndonos
movimiento por movimiento cada uno con su estrategia de destrucción. Nos
detuvimos un minuto a ver diferentes perspectivas, mis piezas no podían seguir
combatiendo más; me di cuenta de que era solo el hermoso caballo blanco con ese
hombre y yo, con nuestros respectivos reyes a los que teníamos que defender a
muerte. Podía matarlo yo a él o destruirme él a mí. Un Jaque Mate era casi
imposible en los dos casos dado que, los dos estábamos protegidos por nuestro
rey.
Nos miramos
fijamente, sabíamos lo que podía pasar, era una muerte súbita. En esa bella
conexión de la mirada, nos entendimos, no era lo que queríamos. Así que
mandamos nuestros a nuestros reyes: salieron del castillo para terminar la
guerra. Ahora entiendo porque dicen que en una batalla nunca hay ganadores pero
si muchos que pierden la vida. Una guerra se debe ganar con esa prudencia, así
ganamos los dos, ninguno necesitaba más que el simple hecho de entender a su
enemigo y sin orgullo saber acabar y mantener la paz. Si bien éramos uno contra
uno y el confrontamiento de diferencias, el mantener la guerra a muerte solo
por eso no lleva a ningún lado, no hay ganadores. Nos tocaba enfrentarnos por
ser diferentes, blanco-negro, hombre-mujer. Y lo entendí, también en la
naturaleza: como lo estábamos viviendo, la naturaleza nos destruía con sus
cambios como venganza a lo que habíamos hecho como seres humanos al tomar la
decisión de abusar de sus recursos. Quizá lo que debía importar no era luchar
unos contra otros sino unir fuerzas para crecer, no destruirse.
El pensar
egoísta únicamente es un peligro para el mundo. No quería destruir a aquel
hombre y ya bien lo sentía desde el principio; pero, ahora comprendía que todo
tenía que ver, no se puede estar pensando solo en el beneficio de uno mismo sin
importar el daño que podamos hacerle al otro. Tanto el daño como le habíamos
hecho a la naturaleza como las miles disputas que se han presentado acerca de
lo que es diferente, si eres blanco, negro... Si eres de un país u otro, si
tienes gustos que no encajan en lo "común", o simplemente las diferencias
por ser hombre o mujer. Aceptar que somos diferentes sin destruirnos: lo que
quizá aprendí en ese instante. Quizá comenzaría a querer cambiar muchos de mis
paradigmas establecidos, cosa nada fácil, pero el entenderlo te abre un mundo
mejor.
Tocaba
avanzar a las blancas, el rey avanzó hacia el mío, se saludaron y acordaron
tablas, una tregua.
Mi enemigo
bajo de su caballo, se acercó a mí y yo enterré mi espada en un pasto sereno y
verde. Me tomo de la cintura, lo mire a los ojos, unos ojos que podía decir que
conocía muy bien y no, a la vez. Un momento profundo como el bosque que
descubre ese color hermoso cuando sale el sol; se despidió con la mirada,
cerramos los ojos y regrese a la realidad.
Abrí los ojos
y no lo vi, no quise preguntar por él, solo recordar y sonreír por haberme
regalado esa experiencia. Ser yo y respetar lo ajeno sin querer cambiarlo a mi
modo ni luchar contra ello.
Observe el
tablero y estaba justo como acabo la guerra en esa tarde mágica, en un bosque
tan hermoso que nunca olvidaré.
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