jueves, 28 de julio de 2016


Ajedrez y una experiencia inolvidable

Un viernes de abril nublado y bastante frío, llegue a mi colegio después de haber pasado a la biblioteca de la ciudad. El ambiente estaba algo melancólico, quizá por el clima tan frío que hacía desde hace varios años por el inicio de un calentamiento global masivo. Me dirigí al gimnasio para acudir a mi clase de deporte de las tres de la tarde, hacia mucho que no salíamos a jugar al aire libre por el frío, lluvia o el extremoso calor a capricho de la naturaleza sin importar la época del año. A pesar de todo, había días bastante divertidos pero ese viernes tenía algo fuera de lo común.

Mi mejor amiga me había avisado que no iba a llegar temprano así que yo estaría sola las primeras clases. Saliendo del gimnasio encontré el Club de Ajedrez: había tres o cuatro mesas largas con bastantes tableros de ajedrez; en una de ellas vi a un amigo del semestre pasado que había conocido jugando aquel juego cruel pero bastante divertido, él me enseñaba técnicas de juego dado que yo no era muy buena. Me quede observando su juego con alto grado de suspenso hasta que un chico algo pálido, de ojos cafés y algo fachoso en el vestir se dirigió a mi diciéndome: “¿quieres jugar chica?” Asentí con la cabeza y algo nerviosa empecé a reacomodar las piezas de un tablero que estaba disponible. 

Mi amigo me decía con la mirada: tú puedes, sé que has mejorado. Lo cierto es que hacia algunos meses no jugaba y mi mirada no mentía: estaba nerviosa por el juego y por la ligera atracción que me causó el acercamiento repentino de aquel hombre, del que jamás supe su nombre. Tomo mi mano a manera de saludo y sentí un mareo un poco raro, cerré los ojos un par de segundos y cuando mis pestañas negras se separaron vislumbre un bosque y a lo lejos un castillo blanco como la nieve, retrocedí del susto y me topé con un hermoso caballo negro. No tenía idea de lo que había pasado. Me volví y me di cuenta que tenía un ejército de vestiduras negras como el castillo tras de mí. Pregunte que sucedía y aquel caballero montado me explico y todo tuvo sentido para mí: era un juego de ajedrez. Teníamos que defender el castillo en el que habitaba el Rey de las piezas negras, la amenaza blanca empezaba a avanzar con peones. Si bien estaba asustada, no iba a dejar que me intimidara ni me llegaran a herir. Tome mi lugar en la batalla cerca de un alfil puesto que yo era la Reina de las negras. Era una tarde oscura en un bosque espeso, una tarde mágica y cruel que nunca pensé que viviría. 

Me tarde un poco en avanzar, seguía un tanto aturdida por la sorpresa de estar viviendo un juego de ajedrez en carne y hueso, mis manos temblaban del miedo. Pero ese miedo me mantuvo con adrenalina suficiente para evitar morir, morir literalmente o morir de miedo.

Decidí avanzar un peón para liberar el poder de la torre de mi izquierda y que pudiera atacar la reina blanca. A lo lejos vi avanzar un caballo blanco con aquel chico que me había retado al juego. Me di cuenta de que era él reconociendo sus ojos que habían encantado mis sentidos. Por un momento pensé: ¡oh no! Yo no quería derrotarlo, yo quería pasar un rato disfrutando de su compañía… pero esto no parecía un simple juego, podía ver como se asesinaban en el ejército sin miramientos. Aun así, no quería destruirlo así que centre mi ataque en su reina y dos alfiles que se acercaban a mi caballo amenazadoramente. Las blancas atacaron uno de mis alfiles dejándolo fuera de juego y completamente herido. El instinto vengativo salió de mí y destruí la torre que atacó mi alfil. Una de mis torres me apoyaba para avanzar hacia su Rey y destruirlo e intentar ganar el juego sin más sangre. Sin embargo, aquel hombre con el poder del caballo me impidió avanzar más y para distraerme intimidaba con su reina a varios de mis peones que defendían una de mis torres, amenace a su reina con destruirla cambiando mi alfil de lugar, ella retrocedió.

Me distraje un poco del juego dándome cuenta que ese bosque no podía existir en estos tiempos, todos los bellos paisajes de la naturaleza los habíamos destruido y la Madre Natura se vengaba poco a poco haciéndonos sufrir con temperaturas extremosas; una venganza igual al ajedrez, era una guerra contra nosotros. Disfrute unos segundos de ese bosque tan perfecto, una tarde extraordinariamente mágica y fiera. Seguimos atacando, destruyéndonos movimiento por movimiento cada uno con su estrategia de destrucción. Nos detuvimos un minuto a ver diferentes perspectivas, mis piezas no podían seguir combatiendo más; me di cuenta de que era solo el hermoso caballo blanco con ese hombre y yo, con nuestros respectivos reyes a los que teníamos que defender a muerte. Podía matarlo yo a él o destruirme él a mí. Un Jaque Mate era casi imposible en los dos casos dado que, los dos estábamos protegidos por nuestro rey.

Nos miramos fijamente, sabíamos lo que podía pasar, era una muerte súbita. En esa bella conexión de la mirada, nos entendimos, no era lo que queríamos. Así que mandamos nuestros a nuestros reyes: salieron del castillo para terminar la guerra. Ahora entiendo porque dicen que en una batalla nunca hay ganadores pero si muchos que pierden la vida. Una guerra se debe ganar con esa prudencia, así ganamos los dos, ninguno necesitaba más que el simple hecho de entender a su enemigo y sin orgullo saber acabar y mantener la paz. Si bien éramos uno contra uno y el confrontamiento de diferencias, el mantener la guerra a muerte solo por eso no lleva a ningún lado, no hay ganadores. Nos tocaba enfrentarnos por ser diferentes, blanco-negro, hombre-mujer. Y lo entendí, también en la naturaleza: como lo estábamos viviendo, la naturaleza nos destruía con sus cambios como venganza a lo que habíamos hecho como seres humanos al tomar la decisión de abusar de sus recursos. Quizá lo que debía importar no era luchar unos contra otros sino unir fuerzas para crecer, no destruirse.

El pensar egoísta únicamente es un peligro para el mundo. No quería destruir a aquel hombre y ya bien lo sentía desde el principio; pero, ahora comprendía que todo tenía que ver, no se puede estar pensando solo en el beneficio de uno mismo sin importar el daño que podamos hacerle al otro. Tanto el daño como le habíamos hecho a la naturaleza como las miles disputas que se han presentado acerca de lo que es diferente, si eres blanco, negro... Si eres de un país u otro, si tienes gustos que no encajan en lo "común", o simplemente las diferencias por ser hombre o mujer. Aceptar que somos diferentes sin destruirnos: lo que quizá aprendí en ese instante. Quizá comenzaría a querer cambiar muchos de mis paradigmas establecidos, cosa nada fácil, pero el entenderlo te abre un mundo mejor.

Tocaba avanzar a las blancas, el rey avanzó hacia el mío, se saludaron y acordaron tablas, una tregua.
Mi enemigo bajo de su caballo, se acercó a mí y yo enterré mi espada en un pasto sereno y verde. Me tomo de la cintura, lo mire a los ojos, unos ojos que podía decir que conocía muy bien y no, a la vez. Un momento profundo como el bosque que descubre ese color hermoso cuando sale el sol; se despidió con la mirada, cerramos los ojos y regrese a la realidad.

Abrí los ojos y no lo vi, no quise preguntar por él, solo recordar y sonreír por haberme regalado esa experiencia. Ser yo y respetar lo ajeno sin querer cambiarlo a mi modo ni luchar contra ello.

Observe el tablero y estaba justo como acabo la guerra en esa tarde mágica, en un bosque tan hermoso que nunca olvidaré.

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